Me es difícil recordar con exactitud qué edad tenía cuando tomé por primera vez una cámara en mis manos. Lo que si recuerdo con claridad es cual cámara fue, y que ese acto de curiosidad infantil, seguramente generó un regaño después. ¿De quien?, de mi querida señora madre. En aquella época cuando la cantidad de disparos se medía dependiendo de la longitud del rollo (y no en una cantidad definida a su antojo por el fabricante, como su sucede con las réflex hoy en día) el resultado final de la captura fotográfica, era un misterio acompañado de un costo económico para conocerlo. De ahí se derivaba el regaño.
Hoy entre sonrisas recordamos esas anécdotas; y es que el hecho de "robarse" la cámara para hacer fotos a escondidas, era mucho más interesante que "asaltar" la despensa de la cocina.