26 - ...¿Cómo llego hasta allá?

Cuando supe que nuestro querido amigo y aventurero el suizo Heinz quien es todo un personaje en Villa de Leyva no podría ir en su carro llamado cariñosamente "la  nave" un Land Rover de esos viejitos que nunca se varan, me quedé pensando... y ahora ¿cómo llego?.

Siempre existirá un destino que amerite armar maletas para ir a hacerle sus buenas fotos, y la aparente falta de transporte no podrá ser impedimento. Desde hace un par de meses un buen amigo armó un tour, el cual no me perdería por nada. La particularidad, es que éste viaje sería en bicicleta por unos pueblos de Santander poco conocidos. Conociendo mis capacidades actuales (sí, monto bici pero aún no estoy  para pedalear 70km en un día con carga) y sabiendo que llevar en bicicleta equipos fotográficos tales como cámara DSLR, trípode, lentes y flash externo no era tan fácil, decidí aventurarme a ir en bus, porque de alguna manera yo podría llegar hasta allá. Soy viajera "todo terreno", desde las que se echan un morral al hombro y se van en bus "mochileando", pasando por viajes en auto, hasta el turismo al que yo llamo "pupy"; ese de viajar en avión y de maletita de rueditas con alojamiento en resort 5 estrellas y todas las demás modalidades de viaje que existan, todas las disfruto.

El inicio de éste viaje fue muy cómodo abordo de una bonita Toyota 4x4 saliendo desde Villa de Leyva con unos amigos, atravesamos la montaña subiendo desde Sutamarchán con el equipaje de los ciclistas a bordo, pasamos por las antenas y al bajar la montaña con un paisaje espectacular, llegamos a Saboyá. Ahí nos despedimos de los amigos de la 4x4 y empezó la aventura... pensábamos que en Saboyá encontraríamos alojamiento pero... no. Arrancamos para Chiquinquirá dónde nos hospedamos esa noche y donde los problemas de agua del hotel nos hicieron sufrir un poco.

La vista desde el bus, foto tomada a las 11:25 am

La aventura del día siguiente, empezó temprano. Mientras yo seguía sufriendo la falta de agua en Chiquinquirá, los ciclistas iban de nuevo rumbo a Saboyá. Algunos de ellos a recoger sus bicis las cuales habían dejado guardadas en el restaurante donde almorzamos. Yo me quedé para esperar la hora de salida del bus que pasaría por Saboyá y me llevaría a Florián. Todo iba viento en popa y cada cierto tiempo yo recibía datos de ubicación GPS del grupo de ciclistas a los cuales esperaba encontrarme pronto, hasta que la carretera se hizo más angosta y la humedad del sector hizo notoria su presencia sobre el terreno... en medio de la bajada después del alto de las otras antenas las que están ubicadas en un sector al que llaman Telecom, nos encontramos de frente con un camión cargado de ganado y ahí empezó la odisea. En ese punto la carretera estaba hecha un gran "barrial" y con tan mala suerte que por darle paso al camión, el bus en el que yo iba quedó enterrado al lado opuesto de la vía justo al lado del abismo... ahí mis lombrices empezaron a morirse y yo sentía que la inclinación del bus aumentaba cada vez que el conductor intentaba acelerar para sacarla de ahí. Todo esfuerzo fue en vano y yo para liberar el estrés... ¡saqué mi teléfono móvil y empecé a tomar fotos!, porque para cualquier persona que no haya crecido en el campo, eso ya es una aventura.

La actitud importa aún más en estas situaciones y siendo yo la única mujer, no iba a hacer quedar mal al género. Ellos se sintieron todos unos héroes al verme fotografiándolos lo cual elevó el ánimo de todos. El conductor del camión ubicó su vehículo más arriba y junto a sus dos pasajeros se unieron a los hombres del bus y empezó a trabajar el escuadrón "desenterrador de bus". Con una soga todos empezaron a jalar. Yo ya me había bajado del bus pues semejante inclinación me tenía con cierto nerviosismo y poco o nada me importaba embarrarme los zapatos. Pasaba el tiempo y nada que el bus podía continuar su rumbo y los ciclistas se alejaban aún más. Momentos como ese permiten admirar la fortaleza de la gente del campo y además de la solidaridad y el liderazgo del hombre del camión al coordinar el trabajo en equipo. Mientras eso sucedía yo intentaba mirar qué casa se encontraba por allí para solicitar hospedaje para esa noche porque para colmo de males ese era el único bus del día en esa ruta. En algún momento pensé que ese bus iba a volcarse y me subí rápidamente para sacar mi cámara fotográfica de allí. Mi ropa y demás cosas importaban menos.

El escuadrón en acción.

Finalmente, luego de más de 30 minutos de sufrimiento el bus pudo salir de allí con tanto acelere en la carrereta resbalosa que por poco se lleva por delante a uno de los hombres el escuadrón, sin embargo, con cara de felicidad cada cual regresó a su vehículo y continuó su viaje. Lamento admitirlo pero pareciera que entre más mala se encuentre una carretera, más protegida se encuentra la naturaleza y más solidaria es la gente. Esa carretera es dura en todos los aspectos pero su paisaje no tiene igual. En pleno medio día que fue cuando todo esto sucedió, debido al invierno de esos días el paisaje se cubría de neblina. El resto del viaje integró a los pasajeros dentro del bus pues fue la oportunidad perfecta para echar pestes contra los políticos por el mal estado de la vía y unas cuantas anécdotas, hasta que faltando 15 minutos para llegar a Florián me encontré con los ciclistas. La llegada a Florián estuvo adornada por el hecho de poder observar desde el bus, el destino que nos motivó a emprender esa aventura: Las Ventanas de Tisquizoque.

Ventanas de Tisquizoque vistas desde la vía, llegando a Florián,
 que son un hueco en la montaña del cual sale una gran cascada.

La ida a las Ventanas de Tisquizoque desde Florián es fácil. Sólo basta con caminar desde el pueblo un poco más de  media hora y llegar a la entrada de piedra. Allí mediante una plegaria mental, se pide permiso para entrar a la gran caverna pues éste ha sido considerado un sitio sagrado por los indígenas. Para nosotros no fue tan fácil porque ese día amaneció lloviendo y... siguió lloviendo casi todo el día pero no lo suficiente como para que desistiéramos del plan. De ahí en adelante todo fue felicidad. A mí que me encantan los puentes colgantes, disfruté desde la entrada pasar por el primero de ellos. Caminar dentro de la caverna no solamente fue un gran deleite para los ojos, sino descansar de la lluvia que no dejaba de acompañarnos.

Desde el interior de las Ventanas de Tisquizoque,
un atractivo natural que vale la pena visitar.

Si bien la carretera para llegar hasta allí no es una belleza su paisaje sí lo es, y todo esfuerzo vale la pena.  En parte agradezco que el acceso no sea fácil porque eso mantiene a éstos bellos atractivos naturales, léjos del turismo depredador. Si bien es un trayecto que puede ser complicado para un carro tipo sedan, cualquier 4x4 llegará hasta allí sin problemas. Vale la pena conocer Florián, sus bellezas naturales y su agradable gente.

Aquí te dejo un álbum con fotos que narran esta parte del viaje. El resto de aventura por los demás pueblos lo dejaré para un siguiente post. Espero que hayas disfrutado esta lectura como yo al escribirla. Ya tienes una reseña por si deseas ir a conocer este hermoso sitio de Colombia.

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